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El neorrealismo: un canto profundo del alma italiana

Por Jorge Luis Scherer.

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Para los argentinos fue un cine muy querido. Muchas de sus películas fueron “inolvidables”. Era un cine que sin pegarte debajo de la cintura emocionaba hasta las lágrimas. Todos hablaban de esas cintas honestas, y salvo la Anna Magnani y Aldo Fabrizi en “Roma ciudad abierta”, no había actores conocidos y mucho menos estrellas de tapas de revistas. Vittorio de Sica, un comediante de cierta fama, en este nuevo cine realista figuraba solamente en los créditos y en los afiches, bajo el rótulo de director. ¡Y qué pedazo de director!, era el creador junto al guionista más importante, Césare Zavattini, de “Ladrón de bicicletas”, “Milagro en Milán” y “Umberto D”, entre otras. Esto sucedía en la segunda mitad de los años 40 y durante la década del 50. Estos tipos tenían la sabiduría de narrar historias cotidianas de las clases más humildes, eran espías de sus vecinos, natos observadores, que luego le ponían los tonos dramáticos y poéticos, sin sensiblería. Roberto Rossellini decía que era un cine moral y no se preocupaba por la estética. Este movimiento, conocido en el mundo entero como el “neorrealismo italiano”, ejerció una gran influencia en muchas cinematografías del planeta, y cuando empezó a diluirse en forma natural, como sucede con todos los movimientos, Italia tenía una cinematografía floreciente, y esos autores que hicieron grande el cine inmediato de posguerra, empezaron a convivir con otros creadores que comenzaban a tallar fuerte, como Fellini, Antonioni, Monicelli, Scola, productores como Grimaldi, Ponti, De Laurentis, y figuras como la Loren, Mastroiani, Giulieta Masina, Totó y la Lollobrigida. Y “La dolce vita”, “Ocho y medio”, “La noche”… son parte de esa otra historia del cine de oro italiano.Anna Magnani en "Roma ciudad abierta".

Anna Magnani en «Roma ciudad abierta».

Aún estaban frescas las huellas de los camiones alemanes en su apresurada huida por el norte de la península, mientras, el viento desparramaba las cenizas de las camisas negras quemadas por sus dueños, los fascistas, que ahora, luciendo ropas de laburantes, se habían animado a salir de sus madrigueras en busca de fronteras frágiles, antes de que los colgaran y escupieran en una plaza como su Duce. Corría 1945, era el fin de la Guerra de Liberación y empezaba la posguerra, y con ella despertaba un cine nuevo, un cine que iba a poner a los italianos frente a un espejo. Este renacer, con todas sus durezas, cámaras que se iban a meter en las profundidades de las almas y de la sociedad, iba a tener un nombre tan simple como el de “neorrealismo”. “Roma ciudad abierta” (1945) de Roberto Rossellini, fijó el modelo de lo que sería el movimiento de este nuevo realismo, sin mayores preocupaciones estéticas, “para mí – decía Rossellini – es sobre todo una posición moral”. “Roma ciudad abierta”, que con el tiempo tendría una gran influencia en cineastas de todo el mundo, y fue y es considerada una de las más importantes en la historia del cine, fue rechazada durante las primeras proyecciones en Italia, el director la presentó luego en el Festival de Cannes, donde pasó inadvertida. Pero en París, la crítica le encontró sus valores y se convirtió en un éxito, y luego fue el resto de Europa y Estados Unidos, que supieron ver ese mundo desgarrado donde la condición humana se ponía a prueba cada día. Rossellini comentaba cómo en tan poco tiempo pasó de ser un imbécil a un genio mundial, y cuando este movimiento cinematográfico comenzó a caminar sin ayuda, el cineasta fue bautizado como “el padre del neorrealismo”. En los dos años siguientes iba a filmar “Paisá” (1946) y “Alemania año cero” (1947), películas fundamentales en su filmografía. Pero Rossellini no estaba solo, Lucchino Visconti, en pleno régimen totalitario de Mussolini realizó su primera película, “Obsesión”(1942), que se convertiría en el caballo de Troya del nuevo realismo. Adaptada de la novela negra de James M. Cain, “El cartero siempre llama dos veces”, Visconti introduce el deseo, la perversión, la infidelidad y el asesinato en una cinematografía italiana caracterizada por la comedia liviana, lujosa, de vidas sin visos de realidad, y que fue conocida como la época de “los teléfonos blancos”. Esa búsqueda de verismo tiene también sus primeros esbozos en 1943, con la película de Alessandro Blasetti “Cuatro pasos en las nubes”, y “Los niños nos miran” de Vittorio de Sica."La terra trema".

«La terra trema».

Un jalón esencial en el neorrealismo fue el extraordinario equipo que formó Vittorio de Sica y Césare Zavattini, reconocido novelista y guionista, apodado en ciertos círculos como el Prévert italiano, por su sensibilidad y vuelo poético. La historia trágica de la reciente guerra, sus consecuencias miserables, y la influencia del cine realista ruso y el francés de Vigo y Renoir, dictaron el camino a seguir del neorrealismo italiano. El propio Zavattini escribió las reglas del nuevo movimiento, las que nunca fueron respetadas en su totalidad, como siempre sucede. Fue Visconti con “La terra trema” (1948), que se rodó en el pueblo de pescadores Aci Trezz, y fue interpretada por los mismos habitantes, el que más se acercó a los dictados de Zavattini, pero si bien los escenarios fueron todos naturales, se respetaron los dialectos y ninguno era actor profesional, hubo algo en el medio que se llamó ensayo, y eso le restaba el verismo que quería Zavattini. Sin embargo, las películas neorrealistas cumplían con su filosofía sobre la función social del cine, que iba más allá del entretenimiento, el lema era enfrentar al público con su propia realidad, con su mundo.

"Ladrón de bicicletas".

«Ladrón de bicicletas».

De Sica, quien había nacido en una región situada entre Roma y Nápoles, había inclinado su simpatía por esta última y siempre se sintió un napolitano. Para su quinta película como director, “Los niños nos miran” (1943), incorporó a Zavattini como guionista, dando inicio, en su fértil filmografía, su devoción por mostrar el sufrimiento de los chicos en un mundo donde el buen futuro parece muy lejano. A “Los niños nos miran, seguirían “Lustrabotas” (1946) y dos años después la maravillosa “Ladrón de bicicletas”, sobre este filme, De Sica comentaba: “¿ Qué importancia tenía una bicicleta robada en la Roma de 1948, en la que desaparecían tantas todos los días?. Sin embargo, para un trabajador que depende de ella para ganarse la vida, el robo de su bicicleta representa una verdadera tragedia”. Seguidamente, De Sica se pregunta por qué los cineastas se lanzan a buscar aventuras extraordinarias, cuando la vida cotidiana ofrece sucesos llenos de interés y de calidad humana. “Ladrón de Bicicleta”, fue una adaptación que hizo Zavattini de la novela de Luigi Bartolini, pero los posibles productores tardaron en poner dinero porque no creían en una historia tan simple. Para darle mayor verosimilitud a la historia, De Sica, estaba convencido en trabajar con actores no profesionales, gente común, gente de la calle, y consigue, para el papel principal, el de Antonio Ricci, a un hombre que había llevado a su hijo para una prueba. Para el chico de diez años, Bruno Ricci, hijo del pobre desgraciado que es despojado de su bicicleta necesaria para el trabajo, y que esa tarde cierra los ojos y se olvida de su honestidad e intenta robar otra bicicleta, fue seleccionado el debutante Enzo Staiola, quien haría una carrera como actor, aunque su gran papel fue en este debut. El prestigioso crítico francés André Bazin, sobre “Ladrón de bicicletas, escribió: “Las lágrimas que derramaron juntos (padre e hijo) con los brazos caídos, son de desesperación ante el paraíso perdido. Pero el niño vuelve al padre a través de su fracaso. Ahora le querrá como a un hombre con su vergüenza”. El niño y el hombre se toman de las manos y caminan en silencio, saben que son víctimas de un mal que tiene un origen social, tienen esperanzas porque ellos son parte de la buena gente.

"Milagro en Milán".

«Milagro en Milán».

“Había una vez…”está inscripto en la primera imagen de “Milagro en Milán”, una fábula de Vittorio de Sica, narrada como un cuento de hadas del siglo XX. Un cuento que provoca risas, y donde el bueno de Totó se hace querer como Chaplin en sus filmes, pero al igual que en las películas del gran artista británico, en “Milagro en Milán” está ese fondo de una realidad dura, con frío, hambre, explotación y miseria. Resulta tan gracioso y tan triste, ver correr los pobres habitantes de una villa detrás de un rayo de sol para calentar la frágil osamenta, o ver participar a esos miserables en la rifa de un pollo, y el que gana, un viejo desdentado lo comerá ante la mirada de un centenar de hambrientos que esperarán que de esas manos con tembleques caiga un pedazo de ave, aunque sea un hueso para chupar. Zavattini, fue el primer constructor de esta historia, cuando años atrás había escrito la novela “Totó el bueno”, y luego De Sica hizo el resto, mirando la realidad social y recordando el genio de Chaplin.

“Umberto D” es un viejo educado, gentil, pero es un hombre desclasado y está solo, su perrito callejero Flac, es lo único que tiene, aunque le queda el recurso de morir. El andar de este hombre de cabellos grises nos hace comprender la injusticia de la sociedad, del Estado y de las gentes. Su protagonista que en la vida real era un profesor universitario, se adecuó perfectamente a un filme que solamente tenía una línea argumental tan simple como dramática.

Después de la emblemática “Roma ciudad abierta”, Roberto Rosellini continuó con temáticas sobre la segunda guerra mundial, sobre fines de 1946 estrenó “Paisá”, donde las seis historias que se narran tienen que ver con las tropas aliadas en suelo italiano. Una joven italiana y un soldado norteamericano, un hombre y una prostituta, una enfermera que busca al hombre que ama, un soldado negro del ejército aliado que descubre en la miseria que vive el chico que le robó las botas, un partisano que se enfrentó al despotismo. El plan de Rossellini era completar una trilogía sobre la guerra y sus consecuencias. “Alemania año cero” (1947) fue la más ambiciosa de sus películas, porque la idea era indagar qué había llevado a los alemanes a creer en el nazismo. Para ello eligió a un niño, Edmond, él iba a ser el camino de su reflexión, cuando Berlín estaba destruida. Su antiguo maestro pregona que “los débiles deben morir”. Edmond, deambula por una ciudad caótica de olores fétidos, el mundo de este niño está preparado para no ser resistido y se suicida. Esta fue la primera película neorrealista que tocaba un tema no italiano y filmada fuera de la península, fue una coproducción entre Alemania e Italia, y no se caracterizó por ser un éxito comercial.

Los autores del cine neorrealista recrearon como pocas cinematografías el proceso histórico de la posguerra, cuando en otras naciones de Europa no se tuvo ese coraje, o se prefirió tapar la crueldad de una época y no darle luz a la oscuridad. Durante 20 años el partido fascista había puesto límites a la creación, a la verdad y la realidad italiana, aunque nunca supo utilizar el poderío del medio como elemento de propaganda, como sí lo hizo la Alemania nazi. Italia tenía el culo sucio y había que limpiarlo, y el neorrealismo puso cientos de espejos para que los italianos pudieran descubrir su rostro y salieran a caminar hacia adelante.

Artículo de Jorge Luis Scherer-periodista,profesor de literatura y cine- para Ultracine.

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