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Wenders, por los caminos de Sebastiao Salgado

Por Jorge Luis Scherer

«La Sal de la Tierra», el premiado documental que Win Wenders realizó sobre Sebastiao Salgado, muestra el transitar de un hombre comprometido con su planeta y la condición humana. Su cámara fotográfica es testimonio de un mundo cruel, bello, miserable y fascinante.

El hambre tiene los ojos grandes como el miedo, así nos cuentan las fotografías, en un dramático blanco y negro, de Sebastiao Salgado. Es hasta curioso, como consigue esas miradas que hablan, aunque los personajes estén distanciados de la cámara. En ese gran trabajo de años y dolor, que llevado al libro lo nombró «Éxodos»(2000), este artista brasileño consigue que las brutales imágenes de  los pobres, desamparados y esclavos de este siglo, tan injusto como los anteriores, se parezcan a los grabados que Doré creo para El Infierno de Dante.

«Viste tantas muertes, que estás muerto», le dijo un médico amigo, cuando Salgado se sintió destruido, por visitar cada día con su cámara la miseria humana. La fotografía se había metido en su vida, y con ella las imágenes de las hambrunas en Ruanda y otras naciones africanas. Sus propias fotos  lo sublevan, le indigna el mundo al que pertenece. Pero tiene que dar testimonio de esos chicos piel y huesos, deambulando como perros perdidos. De esas madres cadavéricas con los pechos secos. Salgado, el ciudadano  comprometido con la condición humana, un día guardó su cámara y no la tocó, no sabía si volvería a ella, se sentía muerto como le había dicho su médico. Quedó en manos del destino, un destino que le había puesto una cámara en sus manos cuando tenía 26 años y que desde el momento que miró a través de ella, no la había abandonado nunca. Eran los tiempos jóvenes en que se fascinó con el contraluz de Vermeer y el claroscuro de Rembrand. Sin embargo, muy temprano, renunció a la foto cromática, decía que la saturada belleza de los rojos y los azules del Kodakchrome, anulaban toda la emoción contenida en la fotografía. En esos primeros tiempos de fotoperiodismo, captó el momento del atentado al presidente Ronald Regan en 1981. Trabajó para las grandes agencias: Sygma, Gamma, Magnum. Pero finalmente, llegó el día en que  llenó su bolso con películas en  blanco y negro, y salió a retratar la vida de los obreros, de los campesinos y pescadores, un itinerario por el mundo que le llevó cinco años.  Al material reunido, le puso el único título posible: «Trabajadores» (1993).

Pero, las migraciones de los pueblos africanos hambrientos, buscando sobrevivir, era diferente.»Éxodos», lo había extenuado y su alma estaba herida. Y fue la épica, tan monumental como las narradas por  Homero, la que  lo lanzó a una travesía por todos los continentes, pero ahora en busca de la belleza, y duró ocho largos años.  En «Génesis», Salgado, redescubre la naturaleza, con sus  montañas, ríos, desiertos, animales, pueblos perdidos. Y su fotografía fue un arte diferente: las  formas de las cavernas, las colas de los cetáceos brillando con el último sol del día, la mirada de los animales atentas al peligro. Una selección de 245 imágenes, conforman uno de los libros de fotografía más ricos sobre  la vida en el planeta, y siempre en un exquisito blanco y negro.

WIN WENDERS Y LAS IMAGENES DE SALGADO

No es ésta la  primera vez que Wenders,  realiza un documental sobre un gran artista. En 1980, hizo uno magnífico sobre su amigo, el director de Rebelde sin causa: Nicholas Ray. Fue el más difícil de todos, no necesitaba escalar montañas y cruzar ríos, todo sucedía en un loft en un edificio de Nueva York. Pero el tema es que su amigo estaba muriendo de cáncer, y como se negó a ir a un hospital, reunió a sus allegados del alma  para hablar de cine y de la vida. Este epitafio vital, fue titulado Relámpago sobre el agua. Cinco años después, homenajeó a otro gran cineasta, Yasujiro Ozu, el autor del maravilloso Cuentos de Tokio (1953), lo hizo  con el documental Tokio –Ga. Mucho más cercano está el trabajo que realizó  sobre la coreógrafa y bailarina Pina Baush, en Pina (2011).

Fue en una exposición de arte, que Wenders  quedó impresionado por una fotografía de Salgado, tomada en el gran hoyo de Sierra Pelada. El galerista, le dijo que tenía algunas más en los cajones y le mostró. Una de las fotos lo emocionó hasta las lágrimas, se trataba de una mujer Tuareg, de los pueblos nómades del desierto de Sahara. Y se la llevó.

Cuando conoció a Sebastiao Salgado, vio en la transparencia de sus ojos y en las arrugas de su cara, el dolor que este hombre había visto en las regiones olvidadas de las bondades de la naturaleza y de la justicia humana. La sal de la tierra, ya estaba armándose en la cabeza de ambos artistas.

LA SAL DE LA TIERRA (2014)

Para la realización de La sal de la tierra, Wenders, supo que el rostro claro de Salgado, narrando, con su voz dolida pero no temblorosa,  las historias de cada foto, sería la  forma más honesta de llegar a la reflexión del  espectador. Salgado no quiere que el hombre sea indiferente al terrible, pero también  maravilloso mundo en que estamos.
Juliano Ribeiro Salgado, es el hijo mayor de Sebastiao, el que sigue los pasos de su progenitor. Cuando era niño, pensaba que su padre era un héroe, y ahora piensa lo mismo. Pero antes lloraba cuando lo veía partir con su cámara. Pasaba meses sin verlo, pero durante los últimos años, hicieron  juntos muchas  excursiones fotográficas, y poco a poco, fue aprendiendo los secretos de un cazador de imágenes, el principal de ellos: «tener paciencia, saber esperar el momento justo». Juliano, se reunió a Wenders, trabajaron el guión y codirigieron el documental.

En el comienzo del filme,  Salgado, muestra y comenta  algunas de las increíbles fotos que tomó en Sierra Pelada, la mina de oro de Brasil.

«En segundos- dice Salgado- vi la historia de la humanidad: la construcción de las pirámides, la torre de Babel, las minas del rey Salomón». Y no es para menos, más de 50 mil personas semidesnudas trabajando como esclavos en un inmenso agujero. «Los hombres cuando empiezan a tocar el oro ya no vuelven», afirma Salgado, haciendo un parangón con la pasada fiebre del oro, por eso, señala que eran esclavos de la ambición, pero que entre esa gente había empleados, estudiantes y obreros. El sueño de un golpe de suerte, los convertía en bestias.

En la secuencia siguiente, vemos a Salgado llegando a Indonesia en 2011. Esta filmado mientras fotografía  en el pueblo Yali . Desde 2008 utiliza cámaras digitales, se había resistido al cambio, pero no tuvo más remedio. Toma  fotos y les muestra a los aborígenes, como se ven. También, en este historial que resume 40 años con la fotografía, hay material  fílmico casero, donde vemos a un Salgado de pelo largo y barba, con su novia Lélia, cuando eran jóvenes, estudiantes y rebeldes. En 1969, ya se habían casado y dejaban Brasil y la dictadura de su gobierno. Partían rumbo a París, y luego, debido a su actividad como economista, se radicarían en  Londres.

Recién en 1973 sintió en su interior el arte de la fotografía, y salió hacia  una  Nigeria que padecía una gran sequía. El suelo estaba agrietado, la tierra yerma, fue el primer contacto con el dolor de un pueblo hambriento

Otras Américas: Fue una labor de más de siete años (1977-1984), descubriendo la América Latina profunda. Ecuador, Perú, Bolivia, y el nordeste de Brasil, en un gran trabajo antropológico realizado con la fotografía. La experiencia de vivir en el pueblo indígena de la sierra ecuatoriana,  los Saraguros, donde no pasa el tiempo, un día es igual al siguiente y así sucesivamente. O en el nordeste de Brasil, donde los chicos muertos que no fueron  bautizados los sepultan con los ojos abiertos, para que encuentren el camino.

África: La brutal experiencia de Nigeria, la revive en mayor grado en Etiopía en 1984. Campos de refugiados, millares de hambrientos, y los gobernantes muy lejos. «Aquí la gente se acostumbra a morir», dice Salgado. Vuelve a Etiopía dos años después, cuando tiene lugar el dramático éxodo a Sudán. Y luego será Ruanda, donde se cometió uno de los grandes genocidios. Las persecuciones tribales, y los millares de seres que huyen a Tanzania, el Congo y Uganda. Salgado, cuenta en el documental y muestra las fotografías de los miles de asesinados que vio en tan solo 150 kms. de recorrido en una ruta. Y de vuelta las imágenes trágicas de los campamentos de refugiados, con más de un millón de personas resignadas, esperando el final.  Y será el Congo en 1994, con dos millones de refugiados, y la propagación del cólera que mata 15 mil personas por día. Cadáveres por todos lados, imposible caminar sin llevarse alguno por delante. La llegada de las enormes máquinas con palas frontales, que los levantan y los tiran a las zanjas, y los van apilando, hasta que los tapen o los prendan fuego

Yugoslavia: «El odio es contagioso», asevera Salgado, quien en la milenaria Europa vio una violencia y brutalidad indescriptible. La disolución de Yugoslavia, acentuó las divisiones entre etnias. Resultaba imposible que hubiera paz  en una gran región con cuatro idiomas, tres religiones, y odios ancestrales. Pueblos que hasta no hace mucho compartían la misma mesa, se asesinaban sin piedad. Los genocidios cometidas por el ejército bosnio-servio, la guerra atroz entre croatas y servios. En las imágenes se ve la crueldad, el sufrimiento, y en los niños y los viejos el reclamo de piedad.

LOS OJOS DE SALGADO

De niño, Sebastiao, le decía a su padre que quería ir más allá de las montañas que veía en el horizonte. La finca de sus padres, estaba rodeada de verdes, las plantas brotaban, el Río Dulce hacía fértil las orillas y más allá. Pero mientras el viajero Sebastiao , fotografiaba en otros continentes, en plena selva amazónica se talaban árboles y los ríos y lagos se iban secando. Su padre, ya no tenía la fuerza para luchar contra las erosiones que dejaban la tierra yerma. Más al sur, en el extremo occidental del Brasil, en la región fronteriza con el Paraguay, se derribaban millones de  árboles. La soja lo invadía  todo. La tierra tenía  nuevos dueños, los depredadores más grandes del ecosistema: los patrones del agronegocio.

Salgado, regresó  a la finca de su niñez  y se puso a trabajar, le llevó 10 años replantar dos millones de especies. Los pájaros volvieron, y su alma enferma se fue curando. Génesis , es su carta de amor al planeta. Durante 2004 y 2013, se dedicó a ese trabajo maravilloso de fotografiar morsas en Siberia, tortugas gigantes en las Galápagos, o hacer sentir el silencio de un bosque. Una exposición de Génesis en Lisboa, convocó a más de 60 mil visitantes. Este hombre, que escribe con la luz, que con la fealdad del mundo puede hacer belleza, que con el dolor de unos puede crear emociones fuertes en otros, está convencido que las guerras son una historia sin fin, pero que se debe hacer todo lo posible para derrotarlas. Sebastiao Salgado, confesó que varias veces tiró la cámara al suelo para llorar por lo que veía. No sabemos qué imágenes saltan en sus sueños por las noches. Le ha tocado, como a todos nosotros, un mundo donde las personas son la sal de la tierra. El lo muestra, para que pensemos quienes somos y qué podemos hacer.

«La sal de la tierra» ganó el premio César al mejor documental, y un premio especial en la muestra Un Certain Regard, Festival de Cannes 2014. De un poderío dramático como el maravilloso documental Mother Dao (1995) de Vincent Monnikendam, que documentaba, en un viaje al corazón del espanto,  la explotación y esclavitud de los indonesios por el imperialismo holandés, a principios del siglo pasado.

Artículo realizado por Jorge Luis Scherer para Ultracine.