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Libros en el cine: Nunca la vi, siempre la amé

Por Jorge Luis Scherer

La  producción fue austera, de pocas y sencillas  locaciones, apenas un par de tomas en exteriores, un elenco limitado, digamos justo,  pero eso no significaba una fácil realización. Imagínese una historia de amor donde los dos protagonistas nunca van a verse y tampoco llegan a hablarse. La historia  fue real, un libro la hizo famosa, triunfo en la escena teatral, pero la película requería mucho más que  un verdadero desafío actoral: tenía que hacer sentir el espíritu por el amor a los libros.

Tal vez sea la película más bella sobre libros. Y el libro que le dio origen: 84, Charing Cross Road, es una profunda y humana  realidad, porque se trata de las cartas -emocionantes, inteligentes, sensibles – que se escribieron durante 20 años, una mujer norteamericana residente en Nueva York, amante de la literatura inglesa, y un librero de Londres. Nunca se vieron, nunca conocieron sus voces, físicamente los separaba  un inmenso océano, que nunca fue un obstáculo.  Leer ese libro, es como contemplar crecer una planta. La semilla, partió de Nueva York en octubre de 1949. En  pocas líneas  una mujer se presentaba como una escritora pobre, amante de la buena literatura inglesa y de los libros antiguos, y adjuntaba una lista de ellos con el rótulo de “necesidades más apremiantes”. El nombre en el  remitente era Helene Hanff. El destinatario: la librería Marks & Co, ubicada en Londres, en el 84 Charing Cross Road. A los pocos días, un señor con las iniciales FPD, le respondía en nombre de la librería y le contaba que había conseguido satisfacer las dos terceras partes de su pedido. Para diciembre, ese empleado jerárquico de la librería abandonaba sus iniciales para firmar como Frank Doel. Las cartas, los libros, y los pocos dólares y sus centavos, cruzaron el Atlántico centenares de veces.

Por pudor, nunca lo dijeron en sus cartas, pero es seguro que sus manos se acariciaron, porque quienes disfrutan de los libros antiguos, tocan sus lomos, pasan las yemas de los dedos  sobre los grabados, y luego los cubren con las palmas, olfatean sus hojas, o  intentan con el aliento borrar una mancha de óxido. Es un acto de devoción, casi religioso, tanto como buscar rastros de lectores anteriores, imaginar cosas sobre las acotaciones al margen, hechas cuando el mundo era otro. “Detesto leer libros nuevos”, le escribe Helene, que se enoja cuando encuentra un libro viejo con las páginas sin abrir.

El carácter casi intrépido de Helene, con sus infaltables toques de humor, hicieron que Frank, más allá de su estricta responsabilidad laboral, tuviera un dedicación generosa por conseguirle a esta mujer norteamericana, tan particular, los libros que la hacían feliz.

Helene y Frank construyeron, durante esas dos décadas, una historia de amistad y amor que tendría un final inesperado, porque en la vida real, como en el libro y en la película, todos desearon otro final.  Una carta proveniente de la librería londinense, fechada el 8 de enero de 1969, sin la firma de Frank llegaba a manos de Helene: “querida señorita: con gran pesar tengo que comunicarle que el señor  Frank Doel, falleció el domingo 22 de diciembre, su funeral…

Helene se había hecho muy popular y querida por los empleados de la librería y sus familias. Ella solía enviar, para las navidades y otras festividades, encomiendas con tipos de alimentos, como carnes, que no estuvieron en la lista de racionamiento durante varios años, una vez terminada la guerra. Esas atenciones de Helene, hicieron que Nora, la esposa de Frank, también le escribiera y planeara dónde podía quedarse cuando visitara Londres. Cuando Frank murió, se comunicaron  y Nora confesó: “No me importa reconocer que a veces me he sentido muy celosa de ti, porque Frank disfrutaba leyendo tus cartas …”

LA PELÍCULA: NUNCA LA VI, SIEMPRE LA AMÉ (1987)

(84, Charing Cross Road) Helene Hanff recibió la autorización de la familia Doel  para publicar las cartas, y el libro, aparecido en 1970, fue un suceso editorial. Al año siguiente Helene consigue viajar a Londres por primera vez. Claro, la felicidad no podía ser completa: ya no estaba Frank y la librería Marks & Co, había cerrado sus puertas para siempre. El proyecto cinematográfico se demoró varios años, antes, la BBC realizaría un telefilme basado en el libro, y James Roose-Evans, consigue hacer una adaptación teatral que fue un éxito en Londres y después en Nueva York. Y finalmente llega al cine, el consagrado  Mel Brooks, en su rol de productor ejecutivo, pensó en su esposa, Anne Bancroft, para el papel de la norteamericana  Helene. Y el protagónico del respetuoso y conservador Frank, recayó en el británico Anthony Hopkins, y el de su esposa Nora, en Judi Dench. Se estrenó en 1987, y con muy buenos resultados de crítica y de público. Se estaba ante una película diferente, donde las emociones no pasaban por las miradas y los diálogos entre los dos protagonistas, sino que los gestos solo eran visibles para el espectador, al igual que las palabras leídas o recordadas, no tenían otro destinatario para ser oídas. A veces, las respuestas se daban de cara a la cámara, y resultaba un verdadero atractivo emocional. Y para ello, estos dos monstruos de la actuación. Bancroft, que se  había destacado personificando a Anne Sullivan, en el filme de Arthur Penn de 1962, y luego a la señora Robinson, para El Graduado, se enamoró del personaje de Helene. Hopkins, insuperable en esos roles de hombre flemático, que oculta sus sentimientos, años después veríamos su mejor actuación, en ese sentido, en el filme de James Ivory, Lo que queda del día .También hay que mencionar en forma especial  la participación del realizador David Jones, en la dirección de actores. Si bien no ha dejado una filmografía importante, sí ha tenido una participación muy destacada en el teatro, con una gran experiencia  en la Royal Shakespeare Company.

La película respetó muy fielmente el libro, conserva todo su espíritu. Para hacer la introducción a la historia debió recurrirse al flashbacks, pero este momento del recuerdo, que no es parte del libro, sucedió en la realidad misma cuando Helene viajó por primera vez a Londres en 1971, y se dirigió  al 84, Charing Cross Road. Ella sabía que Marks &Co, había cerrado sus puertas. En ese comienzo de la película, ella entra al local con el paso observador como si la librería estuviera funcionando en su silencio, como si de la escalera de maderas bajara una de las empleadas sosteniendo pesados volúmenes. Pero no hay libros, solo algunos estantes por el piso. Su instinto le hace dar pasos seguros para entrar en la que sería la oficina de Frank, hay tirado un cajón de escritorio y un archivero de tarjetas. Ha cruzado el Atlántico para ver un final que nunca imaginó. Y es el momento en que Helene recuerda como empezó esa gran historia.

Helene Hanff murió en 1997,  pobre y sin parientes en una residencia geriátrica. Tenía 80 años. Helene y Frank fueron dos personas bastante comunes que gracias a compartir la misma pasión han dejado un libro maravilloso y una película que enaltece al ser humano.