La más reciente edición del Festival de Cine de Mar del Plata no quedará en el recuerdo como una de las más logradas de su larga historia.
Se debe lamentar en primer término la evidente reducción presupuestaria, que provocó una clara falta de visibilidad de la muestra en sus calles. Habitualmente la ciudad se veía engalanada con carteles, afiches y otras evidencias del evento, lo que no sucedió este año. Se notó una menor afluencia de acreditados de la prensa, que ni siquiera contaron con una sala equipada para la redacción de notas.
Pasando a las películas, que como decía el homenajeado y querido José Martínez Suárez, son las verdades estrellas del Festival, no hubo grandes títulos. Esto se notó sobre todo en la Competencia Internacional al punto que “O que arde”, la vencedora (Astor de Oro al mejor largometraje) ya había sido galardonada en el Festival de Cannes este mismo año. A diferencia de otros Festivales Clase A como Cannes, Venecia o Berlín, donde las películas que compiten no pueden haber participado previamente en otra muestra internacional, Mar del Plata persiste programando títulos ya vistos anteriormente.
La organización del Festival fue satisfactoria en lo que a puntualidad y número de salas se refiere. Además, como ya es habitual, fue muy saludable la decisión de presentar el último día en forma gratuita las principales ganadoras, lo que además se vio potenciado al coincidir la gran afluencia de turistas y población local en el feriado del lunes 18 de noviembre.
Otro acierto fue la elección de “El irlandés” de Martin Scorsese como película de clausura, incluso antes de su limitado estreno en salas de cine por decisión de Netflix. Los 210 minutos que dura lo nuevo del director de “Buenos muchachos” y “Taxi Driver” no se “sienten” y es de ponderar la actuación del terceto central integrado por Robert De Niro, Al Pacino y sobre todo del “recuperado” Joe Pesci.
Dentro de los doce films de la Selección Internacional, hubo tres títulos argentinos y al menos dos de ellos no defraudaron. “Planta permanente”, en menos de 80 minutos, plantea un conflicto social en una empresa estatal no identificada. El título en inglés (“The Lunchroom”), que refiere a un buffet o pequeño restaurant que funciona dentro del establecimiento, parece más adecuado. Y el Astor de Plata a la mejor actriz (Liliana Juárez) es ampliamente merecido. En cuanto a la recién estrenada “Los sonámbulos” merece destacarse la actuación de Erica Rivas y de la joven debutante (en el rol de su hija) Ornella D’Elía.
“Vitalina Varela” del portugués Pedro Costa se llevó no uno sino dos premios. Para este cronista fue de lo peor visto y cuesta entender que haya ganado el Astor de Plata al mejor actor (de nombre Ventura), así como al mejor director (compartido).
Del resto de las doce películas de la Competencia Internacional se pueden rescatar dos independientes norteamericanas: “Black Magic for White Boys” y sobre todo “South Mountain”. Afortunadamente estuvo presente en la conferencia de prensa Hilary Brougher, realizadora de la segunda, que bien pudo ganar el Astor de Plata al Mejor Director. Con muy bajo presupuesto, como ella mismo indicara, compuso un drama de un matrimonio, donde el marido sostiene una segunda pareja más joven y con la que acaba de tener un hijo.
El premio del público al mejor largometraje de la Competencia Internacional fue para la brasileña “A vida invisíbel (de Eurídice Gusmao)” de Karim Ainouz, que al igual que la vencedora ya había competido en Cannes. Ambientada en la década del ’50 en Rio de Janeiro, tiene en Euridice y Guida a dos hermanas a quienes el destino y la política (gobernaba Getúlio Vargas) separa. Es de esperar que algún distribuidor adquiera los derechos para ser exhibida en Argentina.
Finalmente, algunas palabras sobre la Competencia Latinoamericana, donde el premio al mejor largometraje fue compartido (ex aequo). Al igual que en la sección Internacional hubo doce títulos, aunque ninguno de aquéllos procedentes de nuestro país fuera premiado.
“A fevre”, producción de Brasil de la realizadora Maya Da-Rin es un relato muy humano y sensible de la relación entre un padre y su hija, ambos de origen indígena. El (Regis Myrupu) trabaja como guardia de seguridad en el puerto de Manaos, mientras que su hija (Vanessa) lo hace en un hospital de la región. Cuando Vanessa le comunica que acaba de ganar una beca para estudiar Medicina en Brasilia, Justino (el padre) la alienta a que no desaproveché la oportunidad, privilegiando el bienestar y futuro de su descendiente.
“Nunca subí el Provincia” del más veterano director chileno Ignacio Agüero, es un documental ambientado en un barrio de Santiago, desde el cual se ve la Cordillera ahora algo tapada por edificios poco elegantes. Puede objetársele a Agüero cierta reiteración en las imágenes y un discurso desordenado que le quitan atractivo a la propuesta.
Restaría señalar, como indica el catálogo del festival en su primera página, que “Esta edición está dedicada a José Antonio Martínez Suárez”, cuyo film “Los muchachos de antes no usaban arsénico” hizo de función de apertura. La ausencia de José, luego de once ediciones, fue muy sentida por todos sus amigos.