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Tragedia en aguas profundas

Por Jorge Luis Scherer.

El essex en peligro.

El essex en peligro.

 

Corría 1820, cuando en el sur del Océano Pacífico, un cachalote de unos 26 metros de largo arremetió con furia sobre el ballenero norteamericano Essex y lo hundió. La tripulación, de 20 hombres, se distribuyó en tres botes balleneros. Sólo ocho salvaron sus vidas, tres que quedaron en una pequeña isla y cinco que fueron rescatados tres meses después (en dos botes) en medio del mar, después de haber recorrido más de 2.500 millas náuticas, cerca de unos 4.700 kms. Qué sucedió en esos dos botes, uno a cargo del capitán del barco, y el otro del primer oficial. La sed, el hambre y la crueldad de la naturaleza con sus tormentas y soles abrasadores, pusieron a estos hombres en situaciones límites, y fueron presa de la desesperación y la locura. Este artículo, fue elaborado teniendo como base los testimonios de tres de los sobrevivientes, el capitán, el primer oficial, y un grumete, y se incluyen además algunas observaciones del escritor Herman Melville, que fue inspirado por este hecho para su monumental obra, Moby Dick, publicada en 1851. Esperemos que sea útil como complemento de la película realizada por Ron Howard: “En el corazón del mar”, de próximo estreno.

Ron Howard es el director de "En el corazón del mar".

Ron Howard es el director de «En el corazón del mar».

 

«En el Corazón del Mar» (2015)

La nueva película de Ron Howard se basa en el libro de Nathaniel Philbrick: “In the heart of the sea”, que narra el desastre del ballenero Essex. Philbrick, de 59 años, se mudó en 1986 en forma temporaria a la isla Nantucket para conocer los aires y las aguas del lugar desde donde partió el Essex y sus tripulantes en 1819, y se quedó a vivir. Ron Howard, director norteamericano, de éxitos comerciales como “Apolo 13” (1995), “Una mente brillante” (2001) y “El Código Da Vinci” (2006), entre otras, toma un gran desafío al llevar al cine un tema que va mucho más que narrar el desgraciado hundimiento de la embarcación, el dramatismo tiene su punto alto en la veintena de náufragos que, en tres botes balleneros, lucharán por sus vidas en medio del océano. El guión fue escrito por Charles Leavitt y en los papeles principales se encuentra el joven australiano Chris Hemsworth, quien desde hace ya algunos años personifica al forzudo Thor. Aquí, compone al primer oficial del Essex, llamado Owen Chase. Otros roles principales, como el del grumete Thomas Nickerson, fue interpretado por el adolescente Tom Holland, y este mismo personaje de viejo, le correspondió al actor Brendan Gleeson. El capitan del Essex, George Polland, estuvo a cargo de Benjamin Walker, y Ben Whisman interpreta al autor Herman Melville.

La fotografía principal se realizó en Londres y en las Islas Canarias, principalmente en la isla Lanzarote, tan querida por el portugués José Saramago.

 

Un Cometa señaló el trágico destino

Los habitantes de la isla Nantucket sabían convivir con el imprevisible mar, temían de su fuerza, pero el sustento de sus familias provenía de esos océanos inmensos y aterradores. En esta isla estaba la flota ballenera más importante del mundo, un centenar de sus barcos surcaban el Atlántico y el Pacífico, en busca de ballenas y cachalotes para extraerles el codiciado esperma ceti y aceites, demandados principalmente para los alumbrados de las grandes ciudades de Europa. Nantucket, este pueblo ubicado al norte de los Estados Unidos, en el estado de Massachusette, contaba, a principios del siglo XIX, con unos 7 mil habitantes, incluyendo una importante población cuáquera. Las perspectivas comerciales para la isla eran excelentes, iba en camino a convertir a sus pobladores entre los más ricos del país, la demanda de los aceites se acrecentaba año a año.

Pero en los pueblos marinos, donde se hacen eternas las esperas de esposas e hijos, son habituales las supersticiones. Las crónicas cuentan que en julio de 1819 un cometa cruzó la isla, algunos dijeron que los techos de las casas se alumbraron como si estuvieran ardiendo. Los murmullos de malos presagios se hicieron oír. Fue en esos días, cuando el periódico local publicó el testimonio de unos marineros que habían visto una inmensa serpiente marina a pocas millas de la costa. Cuando al mes siguiente una nube de langostas arrasó con varios cultivos, se pensó que los malos augurios habían terminado con la partida de la plaga.

Lo cierto, es que en Nantucket, nadie podía imaginarse que el ballenero Essex que zarpó el 12 de agosto, a pocos días del luminoso cometa, y de las voraces langostas, iba a ser el protagonista, con sus 20 hombres a bordo, de una gran tragedia que oscureció a la isla y la envolvió en silencios y dolores.

 

El capitán Ahab.

El capitán Ahab.

 

Matar a los grandes leviatanes

La caza de cachalotes y ballenas se vivió como una guerra de exterminio. Los viajes duraban alrededor de los tres años, era el tiempo promedio para completar con aceites la carga de barriles llevada a bordo. La zona marina más codiciada estaba en el Pacífico sur. Curiosamente, la región de balleneros en los Estados Unidos estaba en el norte del Atántico, la isla de Nantucket, y la cercana ciudad de New Bedford, ( Massachusette). Es decir, los balleneros recorrían toda América, de norte a sur, cruzaban el Cabo de Hornos, y cazaban en el Pacífico, para regresar por la misma ruta.

El Essex, un barco viejo, pero aún sólido y resistente, partió al mando del capitán George Pollard hijo, que debutaba en esa primera posición, gracias a su experiencia como primer oficial y arponero, esta última actividad muy valorada, porque según la voz popular en las tabernas de marinos, “los laureles hay que arrancarlos al borde del peligro”.

Para enero de 1820, el Essex ya había cruzado el Cabo de Hornos y se abastecía en la isla Santa María, situada en la costa de Chile. Luego, en camino hacia el Perú, ya habían dado muerte a más de 30 cachalotes, de los que extrajeron unos 800 barriles de aceite. Durante la recorrida, buscando el resoplido de ballenas y cachalotes, llegaron hasta las Galápagos, donde se alzaron con 370 grandes tortugas. Muchos balleneros recalaban en estas islas, porque las tortugas eran un verdadero manjar, y además podían vivir en los barcos sin comer y beber por más de un año, lo que significaba contar con un depósito de alimentos frescos.

Como se dijo, la tripulación del Essex, estaba compuesta por 20 hombres. El segundo al mando era el primer oficial Owen Chase, que ya se había consagrado como un gran arponero, luego venían: el segundo oficial, Mathew Joy, tres arponeros, 13 marineros y un grumete, Thomas Nickerson, que cuando el barco zarpó tenía solamente 14 años. La descripción en la lista de los marineros, señala que seis de ellos eran de raza negra.

Para el 20 de noviembre de 1820, el Essex ya llevaba 15 meses en el mar y estaba en el medio del Océano Pacífico. “Allá resoplán”, dijo el vigía. Bajaron los botes y, desesperados por la codicia, le dieron velocidad a las balleneras, remando con todas sus fuerzas. Cuando tuvieron a los animales a tiro, empezaron a sentir el placer de meter el arpón en las blancas carnes de los cetáceos. Tal vez por el dolor, un fuerte coletazo averío la ballenera del primer oficial Owen Chase, que a duras penas, tapando el boquete con las camisas, hizo que el bote llegara hasta el barco. El mismo Chase, contaría que, apenas estuvieron a bordo, uno de los cachalotes heridos, el más imponente, de unos 26 metros de largo, enfiló hacia el barco y lo embistió con su cabeza, y volvió a hacerlo. Una vía de agua se abrió en el barco, pero no había tiempo para reparaciones, porque el temible animal se acercaba a proa al doble de velocidad, haciendo volar agua a sus costados y arremetió con todas sus fuerzas. Cuando regresaron los otros botes balleneros, no salían del estupor al ver como el Essex se recostaba en las aguas y se hundía lentamente.

 

En la ballenera.

En la ballenera.

 

Los protagonistas cuentan la historia

Justo un año después del hundimiento del Essex, se publicó la historia del primer oficial: «Relato del insólito y desventurado naufragio del Essex» (Narrative of the wreck of the whaleship “Essex”) de Owen Chase. Este libro fue la fuente de los hechos durante 180 años. Recién en 1980, alguien se dio cuenta que un cuaderno que había sido hallado en Nueva York, hacía veinte años, pertenecía a un original escrito por el que fuera el grumete del Essex, Thomas Nickerson. La primera publicación, limitada, se hizo en 1984.

Pero volviendo al Essex, que al decir de Owen Chase, no terminaba de hundirse daba la impresión de una muerte lenta. Esa suerte permitió que salvaran los libros de navegación, compases, mapas y cuadrantes, y por supuesto: agua, comida, incluyendo algunas tortugas, herramientas, velas, para impulsar a las balleneras, un par de mosquetes y pólvora. Se organizaron en tres botes, dos con siete ocupantes y el de Owen Chase con seis, por no estar los remiendos en las mejores condiciones. El capitán, el primer oficial y el segundo oficial, estaban a cargo de comandar los botes. Las raciones de galleta y agua iban a ser extremas, porque debían calcular unos 60 días en el mar. El acuerdo era que los botes debían seguir juntos para ayudarse. Hacia dónde ir, era la gran decisión. Según el testimonio del grumete Thomas Nickerson, el capitán Pollard sugirió navegar rumbos a las islas Marquesas o de la Sociedad, pero el primer oficial, Chase y el segundo prefirieron hacerlo hacía Sudamérica, unas 3 mil millas náuticas, dado que en esas islas podían encontrarse con salvajes. El escritor Herman Melville, quién escribió apuntes sobre el relato de Chase, y además tuvo un encuentro en 1852 con el capitán Pollard en Nantucket, dijo que los marinos deberían haber puesto proa a Tahití, de la que no estaban muy lejos. “Pero tuvieron miedo de los caníbales, ignorando que hacía más de 20 años que los misioneros ingleses en Tahití, la habían hecho segura”.

Relata, Owen Chase, que al mes de navegar, el 20 de diciembre, se encontraron con la isla Ducie, después se sabría que era la Henderson. Los hombres llegaron famélicos, desencajados. Estaban desesperados por encontrar agua, recién después de dos días hallaron una línea que bajaba de unas rocas. Comieron cangrejos y pájaros, pero todo fue tan escaso, que tuvieron que planificar una nueva salida a la mar. Se pensó en la Isla de Pascua, pero finalmente se decidió por las islas de Juan Fernández. No está en los relatos de estos marinos, pero es probable que el capitán Pollard o Chase supieran que el marinero escocés Alexander Selkirk, vivió casi cinco años en una de esas islas, y que Daniel Defoe, hizo célebre esta historia en Robinson Crusoe, libro que se publicó en 1719.

Las balleneras partieron hacia el nuevo destino, pero tres marineros prefirieron sufrir en tierra y no en el mar, y se quedaron en la isla Ducie. El 10 de enero muere el segundo oficial y es entregado solemnemente al océano. El sol era implacable, los labios estaban partidos, los fuertes vientos, las lluvias, las tormentas con un mar revuelto, los tiburones que se acercaban queriendo comer las maderas de las embarcaciones, hicieron que los botes fueran ingobernables y perdieran el rumbo. Uno de los negros se negó a comer, dijo que llegó su fin y expiró. La sangre caliente de las tortugas y la propia orina, aliviaba la sed.

Chase pensaba que lo mejor era que los botes se separasen, que cada uno tratara de salvarse por su cuenta. Y se preguntaba: ¿Qué pasaría si alguno de los botes naufragara con todas sus provisiones y tuviéramos que embarcar a los supervivientes? Pero fue el mismo mar, con olas de alturas portentosas, la que separó a los balleneros.

 

Herman Melville.

Herman Melville.

 

Solos, sin esperanzas, y un Dios que se asomó en el horizonte.

El marinero Isaac Cole, tripulante en el bote de Chase, sufrió un ataque de desesperación y murió en medio de espantosas convulsiones. “Tuvimos el cadáver toda la noche, pero a la mañana ya habíamos decidido en utilizarlo como alimento. Separamos los miembros del cuerpo, y los deshuesamos. Comimos el corazón y luego un poco de carne. El resto lo cortamos en finas tiras para que se secara al sol, escribió Chase en su libro. Dos semanas después, otra vez volvieron a quedarse sin alimentos. Thomas Nickerson, el grumete, escribió mucho tiempo después en ese cuaderno perdido por tantos años, que el 15 de febrero habían acordado, “que pase lo que pase, nunca echaremos suertes sobre la muerte de ningún compañero cuando la comida se termine. Lo dejaremos en manos de Dios”.

El 18 de febrero una vela asomó en el horizonte. Los tres tripulantes del bote fueron rescatados por el bergantín inglés Indian, al mando del capitán William Crozier. El 25, llegaban al puerto de Valparaíso, y recién en junio, Owen Chase llegó a la isla Nantucket.

Del tercer bote, nunca más se supo algo, pero el del capitán Pollard, recatado por el ballenero norteamericano Dauphin, dio mucho para hablar. Se dijo que sus dos únicos ocupantes, llagados en todo el cuerpo y con los ojos desorbitados, no querían desprenderse de los huesos de sus compañeros, mientras los chupaban con desesperación. Habían pasado 92 días en el mar, desde el naufragio del Essex.

Una verdad que no se pudo ocultar

Una carta enviada por el capitán Paddack, al mando del ballenero Dauphin, fue el primer testimonio que se tuvo del capitán Pollard sobre lo acontecido después del hundimiento del Essex. Pollard, no podía ocultar la verdad de cómo habían subsistido 92 días en medio del océano.

En la embarcación del capitán Pollard también se comieron a los compañeros que iban muriendo. Pero llegó un momento en que el capitán y otros tres tripulantes se vieron en la necesidad de sortear quién debía sacrificarse. La mala suerte le tocó al joven Owen Coffin, que era sobrino del capitán, hijo de su hermana. El muchacho aceptó su destino. Luego, echaron suertes para ver quién debía matarlo. El marinero Charles Ramsdell, que había sido elegido, le disparó un tiro. Doce días antes de ser rescatados en el mar, murió otro de los tripulantes, lo que permitió con su carne, que Ramsdell y el capitán fueron los únicos que sobrevivieran de esa ballenera.

En “Journal of voyages and travels”, publicado en 1831 y escrito por el reverendo Daniel Tyerman y George Bennet, el capitán Pollard narraba así lo que había sucedido hacía diez años: “Cuando se nos agotaron las provisiones, dos hombres murieron y nos alimentamos de sus restos. Pero al tiempo, nos miramos unos a otros con ideas espantosas. Nuestras miradas decían claramente qué había que hacer. Echamos suertes, y la fatalidad cayó en mi pobre grumete. Me adelanté y le dije:¡ Mi querido muchacho si no quieres tu suerte, mataré al primero que te toque! El muchacho aceptó su suerte. Lo comimos y no quedó nada”.

Este hecho trágico obsesionó a la isla de Nantucket durante todo el siglo. Se tejieron versiones, se alimentaron dudas. Se dijo que el grumete tomó el lugar de unos de los hombres con mujer e hijos, también corrió la versión que el elegido a morir había sido el capitán, pero que su sobrino se ofreció porque ya no tenía más fuerzas y la muerte lo acechaba. Y por último, se dijo que el capitán se había ofrecido a morir en lugar de su sobrino, pero que el muchacho no quiso escucharlo. Lo cierto, es que la hermana del capitán nunca más soportó su presencia.

Al tiempo, el capitán George Pollard tuvo otra oportunidad al mando de un ballenero pero se estrelló contra unos arrecifes y volvió a ser rescatado por otro buque. Ese fue el final de su vida marina.

 

Marlon Brando en "Motín a bordo".

Marlon Brando en «Motín a bordo».

Náufragos

“La Balsa de Medusa” es el título que tiene esa gran pintura que Théodore Gericault pintó en 1819. Este artista romántico, quiso dejar testimonio del trágico y aberrante hecho sucedido cuando la fragata de la marina francesa Méduse, encalló, en julio de 1816, frente a las costas de Mauritania. Unas 147 personas improvisaron una enorme balsa y estuvieron a la deriva durante 13 días, hasta que fueron rescatados. La sed, y el hambre hicieron que el canibalismo fuera una elección para la supervivencia.

En 1789, la Fragata H.M.S. Bounty, de la Armada Británica, se encontraba en aguas del Pacífico cuando hubo un motín a bordo en contra del capitán William Bligh, por sus actitudes tiránicas. A la cabeza de los rebeldes estaba el segundo al mando, el oficial Christian Fletcher, quién colocó al capitán Bligh, y sus marinos más fieles, en un bote bien equipado con agua dulce, comestibles, y cartas náuticas, mientras que el Bounty partió hacia Tahití. Después de 47 días en mar abierto, el capitán Bligh y su gente llegaron a la isla de Timor en Las Molucas. Para entonces habían recorrido uno 5.800 kms. sin perder un solo hombre durante la travesía. Este hecho fue considerado una gran proeza marina. Bligh llegó a vicealmirante de la Royal Navy. La historia tuvo cinco versiones cinematográficas, siendo muy buenas: la realizada por Frank Lloyd en 1935, con Charles Laughton y Clark Gable y la de Lewis Milestone (1962), con interpretaciones de Marlon Brando y Trevor Howard.

Relato de un Náufrago”. En febrero de 1955, ocho miembros de la tripulación del destructor Caldas, de la Marina de Guerra de Colombia, cayeron a la mar. Diez días después, el náufrago Luis Alejandro Velasco, aparece vivo en una playa colombiana. Durante ese tiempo, estuvo en una balsa sin alimentos y agua. Le chupó la sangre a una gaviota, comió parte de sus zapatos y del cinturón. Disputó un pez con un tiburón, el esqualo le ganó, pero alcanzó a darle dos mordiscos. Cuando recordó el momento en que se acostó en la playa exhausto, dijo: “En tierra, la primera impresión que se experimenta es la del silencio, uno queda sumergido en un gran silencio”. Luis Alejandro Velasco, gritó a los cuatro vientos que él no era ningún héroe. “Mi heroísmo fue visto por no haberme dejado morir”. Esta historia, fue muy difundida en Colombia, pero Gabriel García Márquez, que tuvo con Velasco 20 sesiones de seis horas cada una, desentrañó causas ocultas: los tripulantes no habían caído a la mar por una tormenta, como se había dicho, sino por un exceso de carga mal embalada, traída de contrabando desde los Estados Unidos. Este relato, que luego desencadenaría un escándalo político, se publicó durante 14 días consecutivos en el diario El Espectador de Bogotá. Tiempo después, con el título de Relato de un Náufrago, apareció en formato libro.

 

Artículo realizado por Jorge Luis Scherer para Ultracine.