Argentina, Artículos

“Adiós a Europa ”: La peregrinación sin patria de Stefan Zweig.

Por Jorge Luis Scherer.

Europa

“Su muerte empobreció a la humanidad”, escribió su amiga, la poeta chilena Gabriela Mistral. La realizadora germana María Schrader, recorre en su filme“Adiós a Europa”(2016), los últimos seis años en la vida de Stefan Zweig (1936-1942), el prestigioso y famoso escritor de novelas, biografías y narraciones, el pacifista desterrado, que al poco tiempo de huir de su querida Austria, las hordas nacionalsocialistas quemaron sus libros en Salzburgo, donde tenía su hogar y amaba a la vida. Lejos, muy lejos de su Europa, en Petrópolis, una pintoresca villa cercana a Río de Janeiro, comenzó a dormir sin sueños, la unidad espiritual del mundo, en la que había creído fervientemente, se desplomaba con una nueva guerra, la que derrotaba a la razón y  proclamaba el triunfo desaforado de la brutalidad más cruel contra la humanidad. Y Zweig, que se consideraba un extraño, a lo sumo un huésped en las tierras de Brasil, no  podía oír en las calles el habla de su infancia, tampoco tenía sus libros adorados, ni a sus amigos más queridos. Una mañana de domingo se vistió de manera elegante, su segunda esposa también hizo lo mismo, se acostaron juntos y se suicidaron ingiriendo veneno. Los más cercanos, quienes solían visitarlo, pensaron que fue una muerte anunciada. La tristeza era insoslayable en el rostro de este hombre que había perdido la felicidad, esa armonía que supo describir  en su autobiografía “El mundo de ayer”. Después de varias décadas, su figura y su obra son objeto de culto en las grandes capitales del mundo. El filme de María Schrader, no es un panegírico sobre Zweig, trata simplemente de ser ecuánime con un ser espiritual que al final de su vida perdió la fe y dudó de la razón.

María Schrader, no se guardó nada.

La primera imagen  es colorida, rabiosamente colorida como pueden ser las flores variadas cortadas de los jardines tropicales del Brasil. Las flores están acompañando las vasijas de plata en el Jockey Club de Río de Janeiro, corre el año 1936. Se abren las puertas y al compás de música carioca entra  al salón Stefan Zweig , y junto a él: diplomáticos, hombres de negocios y de la cultura y bellas mujeres de piel cobriza. Todos quieren una firma en alguno de sus libros editados en portugués o en  cualquier otro idioma. Zweig, habla del Brasil como el gran ejemplo de un país donde coexisten las razas. La secuencia siguiente,  traslada la historia a solo unos días después, en Buenos Aires, donde el prestigioso escritor está como invitado a la reunión mundial de escritores, el PEN Club. Y aquí viene un punto muy interesante que la realizadora no deja escapar. Antes de la reunión con sus pares, tiene una entrevista con la prensa, los periodistas están ansiosos de que hable sobre la situación en Alemania. Zweig dice que no puede hacer predicciones, que no puede hablar mal de Alemania, porque el intelectual no se puede poner al nivel de los adversarios, que él no puede escribir con odios. Los periodistas quieren obtener una declaración contra Hitler, y le hacen ver que su silencio es una muestra de debilidad, y él responde que de ser así “tendré que vivir con ese estigma”. Entonces, sitúa el papel del intelectual como el del hombre justo, y habla de Erasmo que se puso en el medio para unir dos mundos. Algunos pasos más allá comienza el Congreso, Emil Ludwig tiene la palabra y pide un aplauso para Victoria Ocampo. Uno a uno se van nombrando los escritores presentes, cuando se llega a Zweig, el perseguido que tuvo que huir, Zweig se cubre el rostro con ambas manos, las fotos lo registran (no es parte de la película, pero las crónicas dicen que nuestro Eduardo Mallea  lo oyó llorar).

Para enero de 1941, ya había dejado atrás su residencia en Londres, los bombardeos a esa ciudad lo llevaron a fijarse en un lugar muy lejano. Sus colegas expatriados en Nueva York lo querían cerca, para que se sumara en las manifestaciones  contra la barbarie de Hitler, pero Zweig quería escribir sobre Balzac y Montaigne. El recuerdo de Brasil es muy fuerte en su espíritu, disfruta al ver una mujer blanca caminar tomada de la mano de un hombre negro. En la exuberante Bahía, lo veremos tomando apuntes sobre la cosecha de caña de azúcar, y cómo una orquesta municipal de negros brasileños lo homenajea bajo un sol abrasador, tocando malísimamente mal el “Danubio Azul” de Strauss. Zweig, sonríe y luego lloriquea. La escena humorística se convierte en drama.  “A veces envidio a los que están muertos”,  le dice a su ex esposa en un viaje a Nueva York. Pero a fines de ese año, ya está instalado en Petrópolis, una región montañosa y selvática muy cerca de Río de Janeiro, ese era el lugar elegido. Un paraíso casi salvaje, con una naturaleza que se desborda y fundamentalmente tan distante del dolor de la guerra. A pocos metros de su casa vive la cónsul chilena Gabriela Mistral, de la que se hizo muy amigo. Cuando cumple 60 años asume con pesar  su entrada en la vejez,  le regalan un Fox Terrier de pelo duro, y lo llaman Plucky, y vuelve a jugar como un chico. Su segunda esposa es muy joven, tan solo 33 años, la llaman Lotte, de origen polaco, enferma de asma, no es tan lúcida como Friderike Von Winternitz, su eterna colaboradora y esposa por veinte años.  La gente lo felicita por su nuevo libro “Brasil, país del futuro”. Y va a transcurrir un año más, y es la tarde del 23 de febrero de 1942, y es la última secuencia, la cámara está  en la habitación de los Zweig, la casera llora desconsoladamente, ella encontró los dos cadáveres en la cama. Cuando se abre el ropero, el espejo muestra como Lotte  tiene a su hombre abrazado por el cuello. El médico dice que la muerte de Zweig se produjo el día anterior, domingo, el día más silencioso, sin gente de la limpieza y jardinero.  Van llegando los amigos, todos lloran. Algunas  cartas en la mesa tienen sus nombres. Leen en voz alta la que dice “Declaración”, porque es un agradecimiento a Brasil y a su gente, pero en un párrafo aclara:“ya no puedo seguir peregrinando sin patria”.

Un espíritu atrapado.

Este hombre, que nació bajo la monarquía de los Habsburgo,  cuando su Viena era la capital del Imperio, sintió que las nuevas ideologías en el mundo comenzaron a asfixiarlo. Cuando regresó de su viaje a Moscú,  en 1928, invitado por los festejos del nacimiento de León Tolstoi, la prensa y amigos íntimos le pidieron una declaración contra Stalin. Zweig, solo habló del conmovedor sepulcro de Tolstoi , cubierto por las sombras del bosque, cuyos árboles él mismo había plantado. Zweig, a los treinta años,  ya era famoso como escritor  y se codeaba con Rilke, Wasserman, Rolland, y Hesse, entre otros.   ¿ Qué pasaba con este hombre que se oponía a todo nacionalismo, que lo manifestaba abiertamente como la gran peste de la humanidad, pero  nunca atacaba directamente a Stalin, Mussolini, Franco o Hitler?.Su amigo Joseph Roth le pide que salga de la Torre de Marfil,  Klaus Mann, el hijo de Thomas Mann, desde Bruselas lo urge para que escriba contra Hitler, su otro amigo, el humanista Romain Rolland, no entiende su alejamiento. Y Zweig sigue diciendo que “no hay más patria que la humanidad”, y va a tardar en condenar a los tiranos,  él no es Emile Zola luchando en el affaire Dreyfus, Zweig, era como Jacobo Mendel, su personaje en “Mendel, el de los libros”(1929), el inmigrante judío – polaco, un ser único de memoria enciclopédica, ensimismado en los libros en el Café Gluck, que recomendaba títulos, que abastecía a una clientela culta, pero que  ignoró que había una guerra (la Primera Mundial) y reclamó, desde el Imperio Autro-Húngaro, a Francia e Inglaterra por unos números atrasados de revistas de actualidad literaria. Tratar con el enemigo en tiempos de guerra le costó dos años de confinamiento, cuando regresó “Mendel ya no era Mendel, como el mundo ya no era el mismo mundo”. En uno de sus primeros trabajos, “Obligación Impuesta”, Zweig habla de lo absurdo de las fronteras: “un kilómetro más allá había guerra…”.

Lo que sí causó desconcierto fue su relación con el presidente de Brasil, Getulio Vargas. Un político avezado que había luchado contra las oligarquías, pero que con el correr del tiempo fue tomando características de dictador. Zweig, que siempre trató de evitar su relación con políticos, solía almorzar con el presidente, y cuando se publicó “Brasil, país del futuro”, los intelectuales brasileños sospecharon que el libro había sido un encargo de Getulio Vargas. Lo que no había duda, es que Stefan Zweig amaba Brasil. A su amigo escritor Roger Martín du Gard, le escribe a Francia y le cuenta que no hay cosa más terrible que perder el hogar, que no hay país más agradable que Brasil, pero “estoy sin el alimento de discusiones, y diálogos profundos. Me faltan libros, conciertos, amigos…”. Esta situación no hubiera sido tan trágica para su amigo Hermann Hesse, que vivía refugiado en un pueblito de trescientos habitantes y le gustaba  hablar con los campesinos, pero Zweig se había quedado sin el contexto de su mundo, el que lo había rodeado desde siempre: su pasión coleccionista, la que lo llevó a comprar el escritorio de Beethoven, en cuyo uno de sus cajones estaba la carta a su amada inmortal, cantatas originales  de Brahms, Schubert, Bach, Mozart y Chopin, el primer borrador manuscrito de “El espíritu de las leyes” de Montesquieu, las páginas de un discurso escrito por Robespierre, cientos de  autógrafos de hombres  célebres, la inmensa biblioteca, las pinturas, y hasta  el Café Vienés, que gustaba frecuentar, una especie de club democrático que permitía charlas tan  extensas como entusiastas. Ya no tenía modo de apasionarse. Sin embargo, su último trabajo literario “Novela de Ajedrez”, escrita durante 1941 y finalizada pocos meses antes de su suicidio, habla del hastío y la opresión que  la Alemania de Hitler ejercía sobre Austria. A bordo de un trasatlántico con destino a América , un campeón de ajedrez se enfrenta en el juego con un hombre desconocido , obsesivo, enfermo, que padece una gran manía persecutoria, pero que es un genio en el juego de reyes . Resulta que este vienés, llamado Von Basil, representante de la cultura de su país, fue detenido por la Gestapo en una habitación  durante muchos meses, el requerimiento era  que declarase  sobre el envío fuera de Austria  de un dinero de la Iglesia católica. Basil nunca confesó sobre su participación en este salvataje, pero fue sometido a la tortura del aislamiento, sin ventanas, sin libros, sin que nadie le dirigiera la palabra cuando entraban a su celda. Un libro sobre partidas de ajedrez que pudo conseguir durante un descuido de sus guardias, fue su salvación. Durante todo el día analizaba mentalmente las jugadas.  En esta novela  corta,  se  refleja en gran medida la propia vida de Zweig, cuando en 1934 huyó de Austria convencido de que iba a tener prohibido  alimentar su alma. Le temió al aislamiento, por entonces era inconcebible que el régimen, poco más tarde, podría llegar a ejercer tanta crueldad.

Sin embargo, pocas veces un suicidio resultó tan controversial, la muerte de Zweig causó estupor y homenajes en todas aquellas naciones  donde los dictadores no tenían puestos sus pies, pero también recibió  críticas severas de aquellos que vieron esta decisión como una claudicación. Thomas Mann, el referente más importante de la cultura germana se preguntaba: “¿No conocía sus responsabilidades ante miles de seres , sobre los que su abdicación tendría un efecto arrasador?. ¿Será que consideraba su vida como un asunto privado, diciendo arréglense, yo me voy”. Para Zweig,  el mundo se había despojado del alma. En la carta que dejó para Friderike fue totalmente honesto: “Soy demasiado débil para soportar todo esto”. Y lo imaginable también  sucedió  entre aquellos que odiaron su humanismo, en 1980, Albert Speer, uno de los hombres del círculo más cercano a Hitler, recordó que el gobierno saludó con alegría la muerte de Stefan Zweig.

Stefan Zweig en el Cine.

Desde la primera adaptación de su novela  “Ardiente Secreto”, llevada al cine en 1923 por Rochus Gliese, hasta “El Gran Hotel Budapest” (2014), donde Wes Anderson  tuvo como inspiración varios escritos de Zweig, suman  unos ochenta títulos de películas para cine y televisión, basados esencialmente en sus historias de ficción. La famosa novela “24 Horas en la vida de una mujer”, es la que más versiones ha tenido en ambas pantallas. La versión del alemán Robert Land de 1931, fue seguida por nuestro Carlos Borcosque en 1944, con Amelia Bence y Roberto Escalada en los papeles principales. Después  sería el turno de los norteamericanos en 1952 con la dirección de Víctor Saville , y las actuaciones de Merle Oberon y Richard Todd. Curiosamente, el primer trabajo para la televisión lo interpretó Ingrid Bergman en 1961, para una producción italiana, y en Francia, Dominique Delouche, tuvo como estrella en 1968 a Danielle Darrieux. Posiblemente, la última versión haya sido la de 2002 dirigida por Laurent Bouhnik , con las actuaciones de Agnes Jaoui,  Michel Serrault, y Berenice Bejo .

“Carta de una desconocida”, es otra de las novelas con más adaptaciones. Sin duda, la mejor versión fue la realización de Max Ophuls  de 1948, con Joan Fontaine y Louis Jourdan. En 1957, Tulio Demicheli, estrenó en México una adaptación con el título de “Feliz año, amor mío”, con Arturo de Córdova y la tucumana Marga López. La directora china Jinglei Xu, también realizó su versión en 2004.

La novela “Amok”, publicada por Zweig en 1922, tuvo su primera versión cinematográfica en 1927, nada menos que en Georgia, Europa del Este, su director,  Kote Marjanishvili. Luego, María Félix, en 1944 tendría el papel protagónico en la versión azteca, y Joel Farges, en 1993, contaría con Fanny Ardant . La danesa Asta Nielsen, estrella del cine mudo, fue la intérprete principal de la obra dramática de Zweig , “Casa de mi vida”, llevada al cine en 1924 por Fritz Kaufmann. Edoardo Molinaro  filmó “La piedad peligrosa”(1979); Etienne Périer, con actuación de Michel Piccoli “Confusión de sentimientos” (1981), Jacques Deray, realizó  para la TV “Clarissa”(1998), y de la última de sus  obras “Novela de Ajedrez”, el realizador  Gerd Oswald, tuvo en los roles principales a l germano  Curd  Jurgens, el suizo  Mario Adorf y la británica Claire Bloom.

“Adiós a Europa”, tiene como figura central al actor austríaco Josef Hader, en el papel de Stefan Zweig. Bárbara Sukowa, una de las actrices alemanas más conocidas en nuestro medio- recordemos sus magníficas interpretaciones  en filmes de Fassbinder y Margarethe von Trotta, el último de ellos Hannah Arendt – tiene aquí el rol de su ex esposa Friderike. Y la joven Aenne Schwarz, el de Lotte Zweig.

Artículo de Jorge Luis Scherer-periodista,profesor de literatura y cine- para Ultracine.